Un prolapso es cuando hay un descenso de alguna de las vísceras pélvicas. Y esto en otras palabras es, que la vejiga, el útero, el recto o las asas intestinales han sido empujadas hacia el orificio de la vagina.
Hay diferentes grados, 4 para ser más exactos. En el 1 y 2 la viscera permanece descendida, pero dentro de la vagina. En el 3 y el 4, la víscera desciende a través del introito y la veríamos ya por fuera de la vagina. Los grados 1 y 2 pueden resolverse únicamente con tratamiento de fisioterapia. En los grados 3 y 4 se precisará cirugia, pero no por ello desestimaremos la fisioterapia, puesto que corregir el desequilibrio abdominoperineal que ha generado el prolapso, ayudará a que una vez realizada la cirugía, no se produzca una recidiva.
Y es que es determinante el funcionamiento abdominoperineal de la persona cuando sucede un prolapso, porque éste hará que avance rápidamente, que se estabilice, o incluso que pueda corregirse, pero hay muchos otros factores que influyen directamente, y que nos harán candidatas o no a prolapso:
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- Dieta: la poca ingesta de agua, el abuso de bebidas y productos azucarados, defecto de verduras y frutas, entre otros, van a influir directamente en la calidad del colágeno de nuestras fascias, generando un tejido menos elástico y resistente ante los cambios de presión. Recuerda que en el suelo pélvico, el 80% del tejido es tejido conectivo, formado fundamentalmente por colágeno.
- Actividad física que realices: no es lo mismo practicar taichí, que running o crossfit por ejemplo, estas últimas, actividades con un alto impacto para el suelo pélvico. No quiere decir esto que estén prohibidas, sino que en caso de prolapso, siempre hay que valorar, para poder adaptar y personalizar al máximo la pauta.
- Estreñimiento de «toda la vida»: conseguir la defecación a base de empujar no es una buena opción, puesto que someteremos a empujes importantes y repetidos todo el paquete visceral. Es verdad que las heces saldrán, pero hay que ser consciente de que para que salgan, se empuja todo. Corregir la postura en la defecación, mejorar la textura de las heces, y trabajar sobre los pujos defecatorios podrían ser una solución.
- La edad: nuestros tejidos no están igual de hidratados con 18 años que con 60, igual que vemos envejecer la piel, envejecen todos los tejidos, que pierden elasticidad y se vuelven menos residentes y frágiles.
- Situación hormonal: el embarazo, el postparto, la menopausia, son diferentes etapas en la mujer en las que hay que poner especial atención, cada una con sus características, por el desequilibrio hormonal que conllevan. Durante el embarazo, hormonas como la relaxina harán que nuestro tejido conectivo esté más laxo, y por tanto, menos estable; en el postparto influirá también si estamos lactando o no; y en la menopausia, la importante bajada de estrógenos, con todo lo que conlleva.
- Parto o embarazos: el tipo de parto, cómo fue el expulsivo, uso de instrumental, o maniobras con el kristeller. Durante el embarazo, influirá la ganancia de peso, los cambios estructurales que se suceden, la postura…
- La estructura y la postura de la persona en sí: Una parrilla costal muy cerradita, un abdomen con exceso de tono (o con defecto), un suelo pélvico debilitado (o hipertónico), un tórax no alineado con la pelvis, un desequilibrio en la musculatura abdominoperineal, un diafragma bloqueado… Ésto no son características que el individuo conozca. Un buen diagnóstico de fisioterapia sería necesario para conocer nuestras características.
- La profesión: profesiones sedentarias, como todas las que desarrollen su actividad laboral frente al ordenador, predisponen a patrones posturales anómalos, o patrones de activación muscular no adecuados, o por el contrario profesiones más activas, como policías o atletas, por poner un ejemplo, que requieren impacto o aumentos de la presión intraabdominal de forma frecuente.